viernes, 4 de noviembre de 2011

25 años de novela, según la Revista Credencial

Aquí están, en orden cronológico, las 25 mejores novelas que se han escrito en Colombia durante el cuarto de siglo de vida que está celebrando la REVISTA CREDENCIAL.
Con la colaboración de Margarita Valencia, Luis H. Aristizábal y Camilo Jiménez.
Celia se pudre, de Héctor Rojas Herazo. 1986. Continuación de una saga iniciada en la década de los sesenta con Respirando el verano y En noviembre llega el arzobispo, este es un libro clave por la belleza del personaje de Celia, por la narración de la vida cotidiana de un lugar llamado Cedrón y por la evocación que de aquel poblado hacen desde la ciudad diversas voces lejanas. Una larga novela sobre la melancolía. 

En diciembre llegaban las brisas, de Marvel Moreno. 1987. Una novela que muchos tildan de autobiográfica porque cuenta los días de una 'niña bien' en la Barranquilla de la década de los cincuenta. Compuesta por tres historias independientes que apena si se rozan, es atrevida e irónica. Los críticos han dicho que su trama transgrede el sistema patriarcal de la época y se burla de los esquemas sociales. Marvel pasó casi siete años escribiéndola y la terminó en París.

La casa de las dos palmas, de Manuel Mejía Vallejo. 1988. Con ella, Mejía Vallejo se alzó con el premio Rómulo Gallegos en 1989. Aunque medio país recuerda la historia porque la vio en televisión, vale la pena leerla: ahí están los símbolos, el lenguaje y los espacios clásicos de este autor. Ubicada temporalmente entre los años veinte y treinta, La casa de las dos palmas es la historia de una familia ―la Herreros― signada por un destino funesto y un padre cruel.

El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez. 1989.Aquí están los últimos meses del libertador Simón Bolívar y su nunca logrado viaje para dejar estas tierras. Una novela triste y muy bella, inspirada en un libro que Álvaro Mutis decidió quemar y del que sólo quedó un relato titulado 'El último rostro'. Cuando Gabo se enteró, de inmediato se interesó en el tema y, tras recibir algunos documentos históricos por parte de Mutis, le dijo: "Ya sabrás de mí". Meses después se le apareció con esta joya.

Abdul Bashur, soñador de navíos, de Álvaro Mutis. 1991. En siete años ―entre 1986 y 1993― este autor escribió y publicó ¡ocho obras narrativas!, y todas son de excelente calidad; no por nada, García Márquez dice que semejante profusión es uno de los milagros de la literatura del siglo XX. Escogimos Abdul Bashur porque su trama es un homenaje a la amistad y porque en ella queda claramente dibujado el carácter de un personaje ya histórico: Maqroll, el gaviero.

Un beso de Dick, de Fernando Molano. 1992. Aunque tiene ya tres ediciones, no es fácil toparse con un ejemplar de esta novela, así que si lo encuentra, no se quede sin comprarlo: es una de las obras más impresionantes de la literatura colombiana. "Fernando Molano empezó a escribir Un beso de Dick para prolongar, de alguna manera, la vida del compañero que se le acababa de morir por culpa del virus protagonista de los últimos decenios", escribió Héctor Abad. Sí, Un beso de Dick es una historia de amor gay en los tiempos del sida.

Cartas cruzadas, de Darío Jaramillo Agudelo. 1993. Cuando se pensaba que el género epistolar agonizaba, Jaramillo se arriesgó con esta novela, narrada a través de doce años de correspondencia entre amigos, desde 1971 hasta 1983. Esas cartas terminan hablando del mundo cultural colombiano, del narcotráfico y del sueño americano, y también de la soledad de los hombres y del miedo a vivir. Una trama en la que participan muchas voces y que avanza sutilmente. 

Mambrú, de RH Moreno Durán. 1996. Una novela sobre la participación del batallón Colombia en la Guerra de Corea, evento que, por cierto, es uno de los menos recordados de nuestra historia. De ahí que en las últimas páginas Moreno Durán escribiera: "En mi país la verdad es incompatible con la historia". Narrada por un historiador, hijo de un héroe de la guerra, Mambrú deja ver que basta con investigar un tanto para descubrir que todo lo que se nos ha dicho es mentira.

Perder es cuestión de método, de Santiago Gamboa. 1997. Al periodista Víctor Silampa le cambia la vida ―se le transforma por completo― cuando se ve involucrado en un salvaje crimen, que lo termina metiendo en lo más bajo del lumpen. Una de las más divertidas novelas negras colombianas, cuya versión cinematográfica no le hace justicia. Así que si solamente ha visto la película, léase el libro. Lo va a disfrutar.

Rosario tijeras, de Jorge Franco. 1999. Esta novela ―que se lee de un tirón y que tiene una estructura bastante interesante― cuenta la historia de un personaje inolvidable: una bellísima mujer sicario, de la que todos los hombres se enamoran, incluidos dos 'niños bien' que no se le despegan. Ha sido llevada al cine y a la televisión, y con ella Franco se alzó con el premio de Novela Negra de Gijón, en 2000.

El desbarrancadero, de Fernando Vallejo. 2001. Qué complicados son los sentimientos y las relaciones entre hermanos. Que lo digan si no los protagonistas de El desbarrancadero: Darío está muriendo de sida, mientras que su hermano (algo más que un alter ego de Vallejo), amargado y 'cantaletoso', con amor y odio, pasa revista por la vida que compartieron y por esa familia, que ahora se extingue. Esta novela obtuvo el premio Rómulo Gallegos en 2003.

La lectora, de Sergio Álvarez. 2001. Una joven está leyendo en el Parque Nacional, de Bogotá, y en menos de un parpadeo es secuestrada. ¿Por qué? ¿Para qué? Sus captores sólo quieren que lea un libro. Así arranca la historia de La lectora, una novela en la que se entrelazan tres emocionantes relatos. El crítico Camilo Jiménez alguna vez anotó: "Está tremendamente bien hecha, con personajes sólidos, historias finamente hiladas y (...) estilo impecable e implacable".

Tamerlán, de Enrique Serrano. 2003. Nada más ni nada menos que una de las novelas más elegantes de los últimos tiempos en la literatura colombiana. Centrada en la figura histórica de Timur Leng, "el cojo de hierro", fundador del imperio Timúrida, y más conocido como Tamerlán, está narrada a través de cartas que si bien hablan de batallas y de grandes gestas, se meten tan profundamente en los sueños y fracasos del ser humano, que la lectura del libro resulta inolvidable. 

Delirio, de Laura Restrepo. 2004. Uno de los inicios más atrapadores de nuestra literatura: un hombre llega a casa después de un corto viaje de negocios y encuentra que su esposa ha enloquecido completamente. Ahí arranca la trama de Delirio (novela ganadora del premio Alfaguara en 2004), una historia que muestra la cantidad de secretos que puede haber en la vida de la que parece una mujer común.

Ursúa, de William Ospina. 2005. Aunque muchos le critiquen que tiene más de poema o de ensayo, que de novela, es innegable la importancia de Ursúa en la narrativa de los últimos 25 años, porque es una obra arriesgada, porque proviene de años de investigación y por la musicalidad y ritmo de sus párrafos. Cuenta la dramática historia de Pedro de Ursúa en su misión colonizadora. 

El salmo de Kaplan, de Marco Schwartz. 2005. ¿Algún nazi logró huir hasta Colombia? Según lo cuenta esta novela, sí, y vive no muy lejos de la comunidad hebrea en una ciudad del Caribe colombiano. O al menos así lo cree un entrañable anciano judío, quien, de la mano de un sargento de la policía, empieza la cacería, que lo llevará a un final inesperado. Obra ganadora del premio La otra Orilla, en 2005.  

El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. 2005. El doctor Héctor Abad Gómez fue asesinado por la extrema derecha en 1987. Casi dos décadas después, su hijo, que ya había publicado varios libros, se atrevió a lanzar algo en lo que llevaba mucho tiempo trabajando: una obra que fuera un homenaje a ese gran médico, ensayista y político que fue Abad Gómez. Sí, una biografía, pero también una declaración de amor y, cómo no, una maravillosa novela libre de toda ficción.  

Aitana, de Germán Espinosa. 2007. Tras la muerte de Aitana, su esposo, todo un intelectual, empieza a escribir los últimos días de la mujer, quien, según parece, murió víctima de la brujería hecha por un poeta, a quien él no quiso escribirle un prólogo. Con la agudeza y la erudición de siempre, Germán Espinosa escribió esta novela, inspirada, por un lado, en la muerte de su esposa, y por el otro, en el mundo cultural colombiano, del que se burla maravillosamente.  

Sálvame, Joe Louis, de Andrés Felipe Solano. 2007. Una novela llena de humor, que tiene como protagonista a Boris Manrique, joven fotógrafo de sociales ―y encargado del consultorio sentimental― de la revista Control remoto. Sálvame, Joe Louis no sería más que un libro para pasar un buen rato, si no fuera por lo hondo que se mete en los sentimientos de sus personajes. El año pasado, el autor fue elegido por la revista Granta como uno de los 22 mejores escritores jóvenes de habla hispana. 

Los ejércitos, de Evelio Rosero. 2007. Según muchos, la gran novela colombiana de los últimos 25 años. No por nada, se alzó con el premio Tusquets en 2007 y con el Foreign Fiction Prize, de The Independent, en 2009. Cuenta la historia de dos maestros ―Otilia e Ismael―, que en San José, un pueblito perdido en el conflicto colombiano, consiguen llevar una vida casi normal, aun entre las ruinas. Una imperdible historia sobre la búsqueda, en la que a tantos se les va la vida, de un lugar en el mundo.

El mariscal que vivió de prisa, de Mauricio Vargas. 2009. A veces los galardones hacen más mal que bien, y algo así le sucedió a esta novela, cuyo premio Bicentenario-Telefónica, de 2009 (para el que jamás hubo convocatoria), generó todo tipo de comentarios. Qué lástima, porque se trata de una excelente pieza literaria, que cuenta la vida del mariscal Antonio José de Sucre no sólo con rigor, sino con muchísima belleza.

Autogol, de Ricardo Silva Romero. 2009. Alguna vez el autor comentó: "Quería digerir el hecho de que hubieran matado a un jugador por haber cometido un error. No quería que pasara en vano". Y es que Autogol cuenta la historia de un locutor deportivo que, tras apostar por el triunfo de Colombia en el Mundial del 94, se queda mudo cuando Andrés Escobar mete el autogol; entonces decide asesinarlo. Una novela, resultado de años de investigación periodística, que no se puede soltar.

Tres ataúdes blancos, de Antonio Úngar. 2010. En un país llamado Miranda, un hombre se ve obligado a suplantar al líder del partido político de oposición, pues es la única forma de tumbar al régimen dictatorial. "Un thriller esperpéntico, satírico y llamado a convertirse en el primer escalón representativo de una trayectoria literaria a la que habrá que estar muy atento", escribió Ricardo Baixeras, de El Periódico. Obra ganadora del premio Herralde de 2010.

El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez. 2011. Con Los informantes, ya Vásquez había mostrado que su talento era grande, y sí que lo comprobó con esta novela, último premio Alfaguara. El joven Antonio Yammara decide investigar sobre la vida de su amigo Ricardo Laverde. Y esa indagación lo lleva a la Colombia de los años setenta, al reino del narcotráfico y a trazar el mapa de la amistad y el amor en una sociedad marcada por el miedo.

La luz difícil, de Tomás González. 2011. David, el alter ego de Tomás González (aparece en casi todas sus obras), ahora está viejo, y lleno de tristeza y melancolía recuerda la trágica muerte de Jacobo, su hijo mayor, en un accidente. Una trama sencillísima en una novela esplendorosa, frente a la cual la crítica se ha deshecho en elogios. Luis Fernando Afanador, por ejemplo, escribió en Arcadia: "Sólo hay que dejarse habitar por la presencia de ese libro extraordinario".
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