Pasada la guerra de Independencia, esos acentos debían tener un tono de mayor precio y resonancia. El año de 1819 el General Francisco de Paula Santander exitó a su amigo José Domingo Roche a que compusiese una tragedia sobre la Pola. Se acordó de que en el colegio habían sido condiscípulos, y de que Roche era desde entonces afecto a pulsar la lira.
Roche vino en ello y calcó su obra en el formato de las tragedias antiguas. Escribió una pieza en cinco actos, en verso, que él llama "sacada de su verídico suceso", y en la que figuran como partes principales: Pola, Arcos Arellano, Sabaraín, Díaz y Del gado, militar. El primero y segundo acto pasan en la casa de Pola; tercero y cuarto, en el Colegio de San Bartolomé, y el quinto en la Huerta de Jaime (hoy Plaza de los Mártires).
Este asunto de La Pola y su trágica muerte no interesan sino por el hecho mismo. Hay tal grandeza y majestad en esta noble hija del pueblo, se impone ella a la admiración de modo tan elocuente que el recuerdo de su gloria y de su sacrificio, nos acompaña de por vida. Pola ha sido cantada por los más egregios poetas sudamericanos. El General Mitre, en la Argentina; Heraclio Martín Guardia y Eduardo Calcaño, en Venezuela, han llevado a la escena a la apuesta y gallarda heroína. Entre nos otros, después de Domingo Roche, mérito que despierta la curiosidad del lector, transcribimos la penúltima escena de la obra, cuyos verídicos acentos son dignos de alabanza:
Delgado.
POLA.
Dispénsame, señora, ya es forzoso,
Tu sola faltas ya, que no te ofenda,
Quien su obligación cumple, y en el caso
Que lo perdones, con dolor, te ruega.
Si, te perdono a tí, perdono a todos
Porque mi corazón solo detesta
La injusticia, el error, la tiranía
Con que habeis oprimido aquesta tierra;
(Dirigiéndose a Leal)
Y tú, español servil, ve, dile a tu amo
Que una triste mujer aquí lo espera,
Que si tuvo el placer de sentenciarme
Venga a yerme morir; si le deleita
Verter sangre inocente; que camine
A alegrarse de ver correr la nuestra;
Aligerad el paso sanguinarios,
Soldados de Numancia Qué vergüenza!
Atar a una mujer y conducirla
Encerrada entre tantas bayonetas
Porque quiso ser libre! ¿Qué otra cosa
Hizo aquella ciudad llamada Excelsa
De quién tomáis el nombre? Entre las llamas
Ella se sepultó, pero hoy se veda
Emitir esta acción esclarecida
Bajo la horrible y espantosa pena
De morir al momento quien la imite.
Contemplad la injusticia, pueblos, vedla
Ya advierto me señalan el camino
¡Oh! Con cuanto placer sigo la senda
De mis antecesores, aunque vaya
Del olvido a la mansión eterna.
Adiós, ilustre pueblo granadino,
Adiós, ciudad amada, patria bella,
Atended a vuestra hija que este día
El nombre bogotano desempeña
Porque muere abatiendo a los tiranos,
Y a morir con valor al hombre enseña.
Además del nombre de Domingo Roche cabe señalar el de tres o cuatro más que con vacilantes pasos invadieron la escena a principios de este siglo. José María Salazar, quien, como tantos otros, produjo himnos en prosa y en verso en loor de la dependencia y de sus héroes, ensayó su pluma en la composición de los monólogos, El Soliloquio de Eneas y El Sacrificio de Idomeneo, que se dicen fueron representados en el Teatro de Bogotá y de lo cual apenas hay memoria. El celebrado D. José Fernándo Madrid vio subir varias veces a la escena sus tragedias Atala y Guatemoc o Guatimocín. De esta última hizo una esmerada edición en París, en 1827, y la dedicó a Bolívar en términos de muy expresiva admiración. Vargas Tejada, el ardoroso joven que sucumbió víctima de su amor a la libertad, pretendió encontrar en el molde poético y en la ficción de Apolo acentos bastante fuertes e intencionados que ayudasen a desmoronar la autoridad y el prestigio del inmortal Bolívar.
Tomado de:
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/lagreen/lagreen19.htm
La Pola José Domínguez Roche Arango Editores, Bogotá, 1988, 67 págs.
Portada e ilustración de Francisco López
Arango sobre una pintura anónima del
siglo XIX, prólogo de Alvaro Garzón Marthá
Portada e ilustración de Francisco López
Arango sobre una pintura anónima del
siglo XIX, prólogo de Alvaro Garzón Marthá
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