En el momento en que preparaba el discurso para mi ingreso como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Historia sobre la transición ideológica de José María Samper Agudelo, me di cuenta, tal vez más nítidamente, de que antes que el análisis sobre el proceso en que está inserta, sirve como una especie de barómetro para apreciar en qué medida, a fines del siglo XX, se han acallado o no las pasiones, sobre las que giró, como en un remolino, generalmente trágico, la segunda mitad del siglo XIX.
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Por: HECTOR CHARRY SAMPER
28 de agosto de 1997, 05:00 am
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La de José María Samper es una de las transiciones políticas más importantes y también menos analizada o comprendida. Liberal apasionado en su juventud, y convencido de la necesidad y la bondad de los cambios profundos que se desataron a partir de la elección de José Hilario López, se matriculó en las filas de la anticolonia. Que había subsistido a la fundación de la república en 1821. En varios de sus libros examina, con agudeza y hondura, que le han reconocido los más eminentes estudiosos, el significado de nuestra primera revolución industrial .
Que el tribuno de los gólgotas (que fueron, a su manera, nuestros girondinos) se tornara en conservador en 1876, y redactara el programa de dicho partido endosado por su plana mayor en 1878, tenía que producir, como produjo, un enorme impacto. Para empezar, en su propia familia, que sin compartirlo, lo respetó. A instancias de su hermano mayor y arquetipo del liberalismo, don Miguel Samper. Los radicales lo criticaron acerbamente, y su entusiasta aceptación inicial por el conservatismo tuvo ciertos desenvolvimientos posteriores, sobre los cuales se ha pasado como por sobre ascuas.
Para comprender su transformación intelectual hay que enmarcarla en el itinerario desasosegado y anarquizante de la Federación (1863-1885), con unos partidos que, muy recientemente fundados, estuvieron prácticamente todo el tiempo escindidos en fracciones ardorosas. Tanto como enfrentados simultáneamente. La llamada cuestión religiosa , que persistió más que las diferencias entre el libre cambio y el proteccionismo, e incluso que el federalismo y el centralismo, está en el centro de su giro conceptual. Comenzó precisamente con su acercamiento al catolicismo en el momento más pugnaz de las relaciones entre la Iglesia y los Radicales, que envolvía aspectos relativos no solo al dogma, bastante terrenales.
Don José María acompañó a Rafael Núñez en el movimiento que enterró la Federación, que lo eligió presidente, esgrimió el lema Centralización política con descentralización administrativa y en 1886 expidió la Constitución unitaria. Creo que es necesario distinguir entre el espíritu original de esa Constitución (excluyendo las llamadas disposiciones transitorias) y su aplicación práctica durante el régimen bautizado como la Regeneración. Un abismo de odio, de incomprensión entre los dos partidos, con dos guerras civiles atroces, dominó todo el resto del siglo XIX. Pese a la reforma de 1910, se prolongó hasta bien avanzada la nueva centuria.
En las discusiones sobre la Constitución aparecieron las diferencias entre Núñez y don Miguel Antonio Caro (con matices) de un lado, con José María Samper del otro. Los dos primeros dejan su huella profunda, encarnan la Constitución del 86 y también la Regeneración. Samper no ejerció un solo día de poder. No tuvo nada que ver, una vez aprobada la Carta, en el realineamiento que aquellos controvertidos prohombres dirigieron.
Lo que lo justifica ante la posteridad y confiere a su itinerario un aura de limpidez y de respeto es que no fue la suya una conversión oportunista. El era por esencia antimaquiavelista. No traicionó a nadie, viró para pasarse a los conservadores cuando estaban vencidos, y se quedó, otra vez solitario, cuando estos acariciaban el gobierno. Su hora más bella fue en el Consejo de Delegatarios del 86. Allí libró una formidable batalla dialéctica frente a Miguel Antonio Caro, y tampoco fue el vocero incondicional de Núñez.
Hay que volver a leer sus discursos para calibrar lo que significó su empenachado esfuerzo para contener el dogmatismo, el exceso centralizador, el presidencialismo desbordado, la legalidad marcial que no compartía. Partidario del orden, quiso amparar ciertas libertades básicas en busca de la justicia. En su obra magistral (el Derecho público interno) habla de la resistencia que en el cuerpo constituyente opuso a muchas disposiciones que iban demasiado lejos en el sentido de la reacción autoritaria . Políticamente fue a destiempo un republicano . Un conservador-liberal, como se dice en Inglaterra. Y cuando el Frente Nacional proclamó como su programa (en 1957) el regreso a la Constitución , incluía no solo las reformas de 1910 y 1936, sino aquellas vértebras de contención que él valerosamente pugnó por insertar en la monarquía electiva .
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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-609301
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